martes, 31 de enero de 2012

Inteligencia

Planteado en términos filosóficos el problema del hombre y su principal interrogante de determinar qué es el hombre, qué diferencia al hombre de las demás entidades que existen en la realidad, y cuáles son los componentes fundamentales de su ser; la cuestión reside en inquirirse acerca de la esencia más definitiva del ser humano. Se trata de identificar aquello que constituye su característica más propia y más determinante de su distinción respecto del resto de los seres, especialmente de los seres vivos; una característica que sólo los seres humanos posean por el solo hecho de ser humanos.
Prácticamente todos los filósofos que se han planteado esta interrogante, desde los primeros orígenes, identificaron como tal elemento la posesión de la facultad de raciocinio, la razón. Ello se sintetiza habitualmente en la expresión de Aristóteles conforme a la cual “el hombre es un animal racional”; por oposición a los animales, aún los más evolucionados en la escala zoológica, que actúan en base al instinto.
Reconocido y aceptado, por otra parte, que también los seres humanos están sometidos a necesidades vitales y a instintos; es asimismo una idea que aparece siempre en el pensamiento filosófico, expresada de una u otra manera y con uno otro alcance, la de que justamente la superación del individuo humano resulta de alcanzar una capacidad de obrar, por lo menos en algunos aspectos, por encima y a pesar de sus impulsos instintivos. Y, en consecuencia, lograr que sean sus facultades intelectuales las que determinan su conducta, tanto en función de su conocimiento o “ciencia”, como en función de ciertos criterios valorativos frente a sí mismo, “conciencia”.
La investigación y la experimentación biológica, ha conducido a determinar en muchos casos, conductas de los animales que aparentemente responden a un raciocinio, por lo menos en un enfoque práctico. Especialmente, existen numerosos ejemplos demostrativos de lo que se denominan “los reflejos condicionados” de diversas especies animales: monos, perros, delfines, focas, osos, elefantes, etc. Incluso, existen conocidos estudios acerca de comportamientos bastante complejos de seres como las hormigas o las abejas, algunos pájaros, etc.
Sin embargo, la resultante final de esos estudios, conduce a advertir que esos comportamientos - aunque en muchos aspectos resultan ser consecuencia de determinaciones acerca de cuyo origen no se ha alcanzado un conocimiento cabal desde el punto de vista científico - constituyen un tipo de respuestas automáticas, esencialmente resultantes de vinculaciones “aprendidas” entre una acción y un resultado (como la foca que recibe un pescado luego de obedecer un estímulo de su entrenador).
Lo que esencialmente diferencia esos comportamientos “programados” de los animales adiestrados - o los que puedan haber adquirido incluso en la vida en su hábitat propio - respecto de los comportamientos racionales de los seres humanos, reside en que el hombre emplea a esos fines otras facultades, que le son absolutamente propias y exclusivas: la inteligencia y la voluntad.
La facultad de la inteligencia, que caracteriza a los seres humanos, está constituída fundamentalmente por la capacidad de interpretar la realidad no solamente en sí misma - como se la percibe a través de los sentidos - sino bastante más allá.
El origen etimológico latino de la palabra inteligencia, se compone de sus raíces “intus” y “legit”, que respectivamente significan interiorizar y captar o leer; es decir que “inteligere” es equivalente a leer o captar lo que hay en el interior de las cosas, y sobre todo, en el interior de las relaciones de la realidad.

La inteligencia humana posee ciertas características que le son específicas y la diferencian de todas las restantes facultades de los seres vivos:
  • Posee la capacidad de abstracción — mediante la cual puede captar no solamente un objeto real, sino el modo de ser en sí mismo del objeto, integrándolo en su género; es decir, que su percepción va más allá de lo concreto en cuanto percibe el modo de existir en abstracto, de los elementos individuales existentes en la realidad.
En ese sentido, cabe hacer la distinción entre una inteligencia práctica, que se aplica directamente a encontrar los medios adecuados para llegar a un fin (como construir una herramienta para ampliar la capacidad manual); y la inteligencia contemplativa, que analizando la realidad extrae de ella relaciones y trata de obtener un conocimiento sobre el ser mismo de las cosas.
  • Posee la capacidad de interpretación — En su sentido más preciso, la inteligencia es por sobre todo entendimiento. Si por una parte la inteligencia, al menos respecto del mundo de la realidad, depende de la información que proviene del conocimiento sensible; lo que en definitiva es su producto esencial está conformado por un resultado final de entendimiento de esa realidad, la capacidad de interpretar todas las relaciones extraídas de la información obtenida, para alcanzar el conocimiento del nivel más superior.
Se trata, por tanto, de un conocimiento que permite tener una representación coordinada, coherente, armónica de la realidad o de una concepción intelectual; de tal modo que la razón encuentra que ha logrado conocer la totalidad del objeto de su análisis, comprender sus orígenes causales, sus pautas de funcionamiento, sus finalidades, anticipar todas las posibilidades de ocurrencia. Como consecuencia de la interpretación inteligente de la realidad, es que el hombre adquiere la verdadera posibilidad de poner en actuación todas sus restantes facultades , especialmente la voluntad, para obrar en la forma adecuada.
  • Tiene la capacidad de captar su propia existencia — de conocerse y “entenderse” a sí misma. Los órganos sensoriales, los sentidos pueden percibir todos ellos sensaciones externas, pero nunca pueden percibirse a sí mismos. Por otra parte, un sentido sólo puede percibir las sensaciones actuales; en tanto que la inteligencia, auxiliada con la memoria, puede volver repetidamente sobre sus propias percepciones y volver a procesarlas una y otra vez; lo que le permite revisar los propios entendimientos y raciocinios previos, ya sea para ratificarlos o modificarlos.
Este proceso, que los filósofos designaron como reflexión, no tiene sin embargo equiparación posible con los fenómenos físicos de ese tipo; porque no opera sobre ningún elemento que tenga una existencia material, sino que su existencia es absoluta y puramente intelectual.
La conciencia de la propia existencia es asimismo un resultado racional, en la medida en que, desde un punto de vista lógico, la propia acción de dudar de la existencia está confirmando esa existencia, porque la duda no podría existir si no existiera el que duda.
  • La inteligencia no es un objeto corpóreo — No reside definidamente en un órgano del cuerpo, como ocurre con la vista, el oído, el olfato, el tacto, etc. Los más modernos avances de la tecnología - incluso filosóficamente fundados en la lógica de la diversidad falso/verdadero como lo está la informática - evidencian que aunque es posible predeterminar procesos sumamente complejos (tales como las computadoras gigantes que juegan al ajedrez); la inteligencia humana siempre supera todas las posibilidades mecánicas de procesamiento del conocimiento de la realidad.
  • La inteligencia no es medible ni es divisible — Sin duda, la capacidad de intelección del hombre se incrementa enormemente a partir del conocimiento; pero de todos modos la capacidad de “entendimiento” de la realidad, la inteligencia de una persona, no guarda una relación matemática de proporcionalidad con el volumen del conocimiento que haya adquirido.

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